Alekhine y el viajero

Leyendas recopiladas por José Ant. Moya
para ajedrezmarmenor.es

El tren iba a continuar su marcha tras una larga parada en la estación que habían aprovechado la mayoría de los viajeros para poder dar un paseo, reponer fuerzas comiendo un refrigerio o ambas cosas a la vez. Nos encontramos en cualquier año de la tercera década del siglo XX en una estación ferroviaria de alguna gran ciudad europea. Ese dato no es importante para nuestra historia.

El tren iba a continuar su marcha tras una larga parada en la estación que habían aprovechado la mayoría de los viajeros para poder dar un paseo, reponer fuerzas comiendo un refrigerio o ambas cosas a la vez. Los revisores tocaban las campanillas incitando a los pasajeros a subir al ferrocarril.

Un coche estaciona en la puerta de la estación, de él baja un hombre apresuradamente e inicia una veloz carrera en dirección al tren. Viste un elegante traje gris con un corte a la última moda. Como equipaje lleva una pequeña maleta asida con su mano derecha mientrá que con la mano izquierda sujeta su sombrero para no perderlo. Agarra el asa del penúltimo vagón y sube al tren cuando justo en el momento que éste iniciaba su marcha. Se apoya y respira hondo para recobrar el aliento. Tambaleándose por el movimiento del tren busca su compartimento. Es el numero 8. En el segundo vagón. Consigue llegar sin más problemas que esquivae a algunos otros viajeros que tambien buscan sus compartimentos. Abre la puerta y observa que, pese a tener capacidad para seis viajeros, tan solo está ocupado por un hombre el cual se encuentra de espaldas a nuestro protagonista observando algo que tiene sobre el asiento y su cuerpo impide que se pueda saber de que se trata.

- ¡Buenas tardes! - saluda el recién llegado.

- Buenas sean – contesta sin alzar la mirada.

El recién llegado deja su maletín en el compartimento que hay sobre sus cabezas y se sienta. Aún resopla un poco por la carrera que tuvo que darse para no perder el tren. Hace unos años que pasó de los cuarenta y ya no es tan joven. Recuerda con nostalgia sus tiempos de juventud cuando pertenecía al equipo de atletismo de la universidad.

Su asiento está enfrente del que ocupa su compañero de viaje y puede ver que tiene un pequeño tablero de ajedrez. Está jugando él solo moviendo las piezas blancas y negras. El viajero sonríe paras si mismo. Le espera un viaje y piensa que jugar una partida le permitiría poder entretenerse y amenizar las muchas horas que le esperan en el tren hasta llegar a su destino. Es un gran aficionado y se tiene por buen jugador.

- Veo que es usted aficionado al ajedrez – dice intentando iniciar una conversación sin obtener respuesta del jugador de ajedrez. Pasados unos minutos lo intenta de nuevo.

- Si usted quiere podemos jugar unas partidas – comenta.

Como respuesta obtiene un lacónico no del jugador que sigue sin dejar de mover las pequeñas figuras.

- ¿Porqué no quiere usted jugar? - pregunta algo enfadado.

El jugador alza la cabeza un poco y mira durante un instante al viajero.

- Para qué vamos a jugar ¿Para ganarle?

- ¿Cómo sabe que me ganará? - pregunta ofendido y alzando la voz dice - ¡Usted no me conoce!

El jugador de ajedrez baja la mirada y mueve tranquilamente un torre blanca dando jaque al rey negro.

- Precisamente por eso lo sé. Porque no le conozco – le replica.

Me pregunto si el viajero llegó a saber algún día que el jugador de ajedrez era el Campeón Mundial Alexander Alekhine que conocía muy bien a todos los rivales que podían ganarle una partida y que el viajero no pertenecía a ese reducido club.